El metal enterrado sin piedad en un desierto forma un muro que pasrece interminable a lo largo de cientos de kilómetros, con camionetas blancas y verdes de la Patrulla Fronteriza vigilando la periferia, es quizá el peor símbolo de un país que dice ser líder del orbe pero que, a la vez, le teme al mundo.
Entre otras cosas, el mito pretende ocultar, la esquizofrenia fronteriza: del lado de Méxic la violencia no para aunada al negocio ilegal del narco exportando las drogas que tantos estadunidenses desean, utilizando armas hechas en Estados Unidos. Mientra que del lado de Estados Unidos se vende y se anuncia en espectaculares, mariguana para uso recreativo, y en Texas, se ofrece bajo receta médica. De Arizona a Texas, una tras otra hay tiendas de armas de fuego que piden escasa documentación para vender sus productos, todo legal. En una armería en El Paso, las pistolas, revólveres, fusiles y demás son símbolos religiosos, incluyendo cruces mezcladas con imágenes de rifles de asalto. Hay sólo un muro entre las dos realidades, pero no se escucha la risa de la burla que esto representa para ambos lados.
El muro marca todo, pero tristemente se vuelve “normal”. No se comenta que detrás de una escuela pública en El Paso, los estudiantes van a sus aulas y practican deporte bajo la sombra de dicha pared, o que esa división formada de hierro o cemento siempre te acompaña, en paralelo y a poca distancia, al manejar durante horas a lo largo de la frontera partiendo un desierto que por tramos casi infinitos está deshabitado.