Groenlandia lidia con la llegada cada vez más importante de turistas, atraídos por los paisajes grandiosos de esta isla cubierta de hielo y rodeada de icebergs que ya vive bajo la amenaza del cambio climático.
“Es un destino de ensueño”, dice Yves Glayze, un turista francés de unos 60 años que busca alejarse de los lugares más frecuentados.
Al salir del aeropuerto de Ilulissat, la tercera mayor ciudad de este territorio autónomo danés, descubre un paisaje de una rara belleza, con rocas grises y icebergs a lo lejos.
Del fiordo vecino salen constantemente bloques de hielo excepcionales en el mar abierto, donde a veces aparecen ballenas.
Estas escenas de postal atrajeron a 50.000 personas en 2021, una cifra diez veces superior al número de habitantes de la ciudad portuaria. Más de la mitad de los turistas están de crucero por el Ártico y sólo hacen una breve escala en la isla.
El número de turistas deberá aumentar aún más con la apertura de un aeropuerto internacional en los próximos dos años, lo que supondrá un impulso a los ingresos de la isla, pero también un reto.
La isla lidia actualmente con los efectos diarios del calentamiento global y ya se enfrenta a un delicado ecosistema.
“El glaciar retrocede”
En los últimos 40 años, el Ártico se ha calentado casi cuatro veces más rápido que el resto del mundo, según el estudio más reciente sobre el tema.
“Podemos ver cada día las consecuencias del cambio climático: los icebergs son más pequeños, el glaciar retrocede”, explica el edil, Palle Jeremiassen.
El alto cargo teme también el deshielo del permafrost, que amenaza la estabilidad de algunas infraestructuras y casas.
El desafío es ahora proteger el ecosistema local, pero sin cerrar la puerta a los visitantes.
“Queremos controlar la llegada de barcos de turistas”, muy contaminantes, explica Jeremiassen.
Para respetar a la comunidad y el medioambiente, se necesita “un máximo de un barco al día y mil turistas por barco”, dice.
Recientemente, tres barcos llegaron el mismo día con 6.000 visitantes, una cifra demasiado alta para el alcalde ya que la ciudad no puede acogerlos ni garantizar que respeten las zonas protegidas, especialmente en el fiordo.
“No queremos ser como Islandia. No queremos un turismo de masas. Queremos controlar el turismo, esa es la clave”, apunta.