Una pequeña multitud increpando a un vecino que lava su coche frente a la casa se ha convertido en el retrato más descriptivo de la nueva cotidianidad que viven los más de 10 millones de habitantes de esta capital, sometida desde el 11 de abril a un estricto racionamiento de agua por cuenta de la larga sequía que trajo a Colombia el fenómeno del Niño.
La suspensión del servicio de agua se hace de manera alterna por zonas de la ciudad y dura 24 horas, pero según la alcaldía, aún no ha impactado la caída del nivel de los gigantescos embalses que surten a la capital del país.
Ubicada en un hermoso páramo que fue declarado parque nacional hace décadas, la represa de Chingaza, proveedora del 70 por ciento del agua de Bogotá, reduce dramáticamente sus niveles cada día, enturbiando el panorama del abastecimiento de la enorme urbe, acostumbrada a la abundancia y dedicada por años a un sistemático desperdicio del líquido.
“La situación es crítica, por favor ahorremos”, dijo en tono de súplica el alcalde Carlos Fernando Galán a comienzos de este mes luego de recibir los alarmantes reportes técnicos que atribuyen la situación a la reducción de lluvias que afectó a casi todo el territorio colombiano desde finales de 2023.