Río de Janeiro se sumergió ayer en su ritual más esperado, con el que muestra al mundo que su carnaval no tiene parangón y hace temblar de euforia el Sambódromo durante dos días de desfiles de sus escuelas.
Después de un año entero de arduo trabajo y ensayos técnicos, cada una de las 12 escuelas competidoras espera convencer al jurado de que es la mejor en el arte de bailar samba.
En los barracones, los grandes talleres donde se confeccionan los elaboradísimos atuendos de raso y lentejuelas, así como los impresionantes carros alegóricos, los nervios estaban a flor de piel.
“Aquí lo llamamos TPC, ‘tensión precarnaval’”, contó Pedro Gaspar, un bailarín o passista de la escuela Unidos de Vila Isabel.
Aunque en estos días Brasil no suele pensar en otra cosa, este año las imágenes de los últimos preparativos cedieron espacio a la operación policial de la que fue objeto el ex presidente Jair Bolsonaro.
Como dicta la tradición, el carnaval quedó de forma oficial inaugurado el viernes, cuando el alcalde Eduardo Paes entregó simbólicamente la llave de la ciudad al Rey Momo, que debe gobernar durante estos días de realidad paralela que supone el carnaval.
Una toma de poder realizada con esta alegría, energía y todo este amor, característicos de los pueblos brasileño y de Río, será siempre muy bienvenida en este país, afirmó Paes.