La agencia federal antinarcóticos DEA, en su combate contra la narcocorrupción por el mundo, ha enfrentado esa misma batalla, pero dentro de su propia casa con una serie de escándalos internos captando a veces más atención que sus logros en su tarea de encabezar la guerra contra las drogas.
Los aproximadamente 10 mil empleados de la DEA en 241 oficinas en Estados Unidos, así como en 93 oficinas en el extranjero, son encargados de combatir las redes criminales de droga que traen daño, violencia, sobredosis y envenenamiento a Estados Unidos, y una parte central de eso incluye combatir la corrupción que es parte integral del negocio de drogas ilícitas. Ha realizado anualmente más de 26 mil arrestos en los últimos años y participado en algunos casos prominentes como los de El Chapo y García Luna. Más aún, continúa persiguiendo a otros capos mexicanos que identifica como los más buscados: El Mayo Zambada y el jefe del cártel Jalisco Nueva Generación, a quienes responsabiliza de ser los principales actores en el tema que ha elevado a su mayor prioridad: el fentanilo.
Pero al proceder, la DEA ha tenido que enfrentar no sólo a narcotraficantes y políticos sospechosos en este país y el mundo, sino escándalos de corrupción y complicidad con el narco en sus propias filas.
Entre los casos más espectaculares está el del agente estrella José Irizarry, quien cumple condena de 12 años de cárcel después de confesar a la FBI, en 2020, que trabajó con cárteles colombianos para lavar dinero, y robó millones en bienes confiscados y de pagos a informantes que usó para una vida internacional de fiestas, cenas lujosas y prostitutas.