La plaza Manger de Belén es un estacionamiento fantasma. Las calles que la rodean sólo son ruinas de casas. En el centro, la iglesia de la Natividad, a la que se rinde culto como lugar de nacimiento de Jesucristo y es visitada por más de un millón de peregrinos cada año, está virtualmente vacía.
La única señal de vida es el llamado de las campanas a una misa a la que nadie acudirá. Una de las ciudades más sagradas de la cristiandad está en duelo profundo y doloroso.
Nunca hemos visto a Belén así, comenta el padre Issa Thaljieh, el párroco griego ortodoxo de la iglesia, mientras otros sacerdotes musitan plegarias al fondo.
Por lo regular, poco antes de Navidad, la plaza central de Cisjordania ocupada debe estar coronada por un árbol deslumbrante, cerca de un Nacimiento monumental. Niños y niñas exploradoras entonan canciones navideñas en inglés y árabe.
No podemos celebrar cuando muchos nos sentimos tristes y atemorizados por lo que ocurre en Gaza, comenta el padre Thalijeh. Expresa preocupación por sus parroquianos en el minúsculo enclave sitiado, quienes ahora se concentran temblando de miedo en las iglesias católicas y ortodoxas de la ciudad de Gaza, bajo el bombardeo israelí más intenso en la historia.
“Este año, dijimos: es mejor juntarnos, unirnos en oración… no podemos celebrar. Todo lo que podemos hacer es enviar un mensaje, el mismo que ha salido de aquí desde que Jesús nació, uno de paz y amor.”